Puebla de Don Fadrique es un buen lugar para visitar, para vivir, para quedarse. La situación privilegiada del municipio, puerta hacia el levante de la Comunidad Autónoma, bien comunicado por carretera tanto con la provincia de Granada, como en la vecina Región de Murcia, hacen de él un lugar de referencia. Puebla de Don Fadrique, su núcleo urbano, está rodeado de un paisaje agrario excepcional y de un entorno natural de gran riqueza. Todo lo anterior hace que este pueblo de horizontes abiertos, tenga una calidad ambiental relevante.

El caserío de Puebla de Don Fadrique se ha ido formando según el devenir de la historia y en él se mezclan las influencias de sus repobladores y también de las vecinas comunidades, especialmente la Castellano-Manchega, así, el trazado lineal de la mayoría de sus calles es más propio de otras latitudes que de la influencia árabe de calles enrevesadas y estrechas que se observa en otros pueblos del Altiplano de Granada. Pasear por Puebla de Don Fadrique es una experiencia amable, con calles llanas en su mayoría, dispone de plazas y paseos realmente hermosos y, a cada tanto, encontramos algún monumento, alguna casa solariega, algún rincón bello que haga nuestro paseo evocador.

Puebla de Don Fadrique es sobre todo una tierra de contrastes, de paisajes sorprendentes. Pocos territorios nos brindan en una extensión relativamente pequeña, la variedad paisajística que podemos encontrar aquí. Al llegar a nuestro territorio, desde las planicies de la Región de Murcia, destacan los paisajes abiertos; secanos rodeados de sierra y, al fondo como horizonte, presidiendo y dominando el paisaje, la figura cónica y majestuosa de la Sierra de La Sagra, la montaña más alta de Andalucía tras los picos penibéticos. Contemplar las sierras que rodean Puebla de Don Fadrique, es vivir el bosque mediterráneo más puro, salpicado de pinares antiguos y nos queda aun emocionarnos, “perdernos”, para encontrar el milagro de vida natural que es la Sierra de La Sagra, llegar en invierno con las primeras nieves, en primavera con todas las flores y el olor de tomillo y romero, en verano donde se mantienen pequeños prados para el ganado, en otoño mágico y dorado de alamedas con todos los ocres posibles en las riberas del río Barbata.